martes, 21 de octubre de 2014

Conferencia de S.E. Policarpo en el Congreso Ecuménico de Barcelona (Cataluña) 2014


+ Metropolita Polykarpos Stavropoulos
Arzobispo-Metropolita Ortodoxo de España y Portugal y Exarca del Mar Mediterráneo
Presidente de la Asamblea Episcopal Ortodoxa de E y PT

“PATRIARCADO ECUMÉNICO Y ORTODOXIA UNIVERSAL”
(Barcelona, 7 de Octubre de 2014)

Parte 1ª: Visión histórico-canónica

Como es sabido, al principio el Cristianismo se difundió en regiones en las que predominaba la civilización helenística y se hablaba el griego, bajo la cobertura administrativa del inmenso Imperio Romano y que en el espacio del Oriente se extendía hasta donde había ampliado antes los confines del Helenismo Alejandro Magno. La ecúmene cristiana de San Constantino Magno se basó en la ecúmene helenística de Alejandro Magno. Desde sus comienzos, el Cristianismo tenía voz griega y además del gran helenista, el Apóstol de las Naciones San Pablo, que abrió el Cristianismo a la ecúmene helenística, también otros Apóstoles han trabajado para la difusión del Cristianismo en regiones helenísticas y helenófonas. Entre estos últimos se encuentra el Apóstol Andrés, el Primer Llamado, el fundador de la Iglesia de Bizancio, que terminó siendo un resplandeciente centro eclesiástico y que durante siglos dominó la vida espiritual y cultural de la humanidad entera. El mundo helenístico de las costas del Mediterráneo y del Mar Negro, constituyó el terreno de la obra misionera de tantos Santos Apóstoles. Por eso también, la organización de la primitiva Iglesia cristiana se estableció en las grandes ciudades helenísticas en las que existían florecientes comunidades cristianas. 

La obligación misionera del Apóstol Pablo para la difusión del Cristianismo entre los griegos y los barbaros (cfr. Rom 1,14), se completó en su primera parte por el mismo con la difusión del Evangelio de salvación en el mundo helenístico. La segunda parte de la obligación misionera del Apóstol de las Naciones la completó de manera ejemplar la Iglesia de Constantinopla, que fue dotada de todos aquellos los presupuestos favorables, creados por el traslado de la capital desde la Antigua Roma, relacionada todavía con el mundo pagano y de la idolatría, a la Nueva Roma, Constantinopla, diseñada y edificada para asumir la guía del mundo cristiano.

Los historiadores han aceptado sin reservas la constatación, según la cual, hacia los finales del siglo II° mientras que en la parte occidental del Imperio Romano, el Cristianismo se difundía esporádicamente en comunidades aisladas, en su mayor parte helenófonas, en el Oriente, por el contrario, se había establecido en un denso red de comunidades, especialmente en las regiones del Asia Menor y del Ponto que, junto con la Tracia, constituirán desde el siglo IV° el territorio de la jurisdicción eclesiástica de la Iglesia de Constantinopla.   A esta razón se debe, dentro el ámbito de la Pentarquía de los Patriarcas, que constituyó desde el siglo V la forma permanente de la organización de la Iglesia Universal en Iglesias locales autocéfalas, la existencia en Occidente de un solo centro eclesiástico, el de Roma, mientras que los otros cuatros restantes: Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén, se encuentran en Oriente.

El esplendor político y cultural, del que se revistió Constantinopla como la nueva capital del Imperio ahora cristiano, provocó importantes modificaciones, ya desde el siglo IV°, en la organización de la Iglesia Universal. La formación de la alta posición eclesiástica de Constantinopla como centro espiritual de la ecúmene cristiana se cumplió rápidamente. Durante el I° Concilio Ecuménico (Nicea 325), a pesar de que ya se había decidido el traslado de la capital (324), no se hizo ninguna mención a la Cátedra de Constantinopla. La inauguración de Constantinopla-Nueva Roma como nueva capital tuvo lugar oficialmente el 11 de mayo de 330 y, seguramente tuvo que transcurrir el tiempo necesario para obtener la autoridad necesaria para poder imponerse a la Antigua Roma competiendo con la plurisecular grandeza histórica y el esplendor de la Ciudad Eterna.

En los casi cincuenta años transcurridos entre el I° y el II° Concilio Ecuménico (325-381), Constantinopla se transforma en Iglesia principal tal como se observa en el papel protagonista de sus Obispos contra las herejías triadológicas, con el resultado de presidir los trabajos del II° Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381), después el fallecimiento del Arzobispo de Antioquia San Meletio, dos Arzobispos de Constantinopla: San Gregorio el Teólogo (379-381) y tras su dimisión, su sucesor San Nectario (381-397). Este Concilio Ecuménico reguló la posición primaria de la Iglesia de Constantinopla, y que ya se había establecido “de facto”, determinando en su 3° canon: “Por lo tanto, el Obispo de Constantinopla ostenta la primacía de honor tras el Obispo de Roma porque es la Nueva Roma”. Según la constatación correcta del Metropolita Máximo de Sardes (+1986) en su obra referente al Patriarcado Ecuménico “el tercer canon no fue algo arbitrario, sino el resultado de una evolución de 50 años y el fruto maduro de la conciencia histórica de las Iglesias de Oriente y de las nuevas condiciones del Imperio” (“La institución del Patriarcado Ecuménico”, p. 109).                 

Esta elevación eclesiástica de Constantinopla sobre los demás Patriarcados de Oriente e inmediatamente detrás de Roma, contribuyó, en la práctica, al ejercicio de jurisdicción en las regiones adyacentes del Ponto, Tracia y Asia Menor. La subordinación definitiva de estas regiones bajo la jurisdicción eclesiástica de Constantinopla ocurrió en el IV° Concilio Ecuménico (Calcedonia 451), que en su canon 28, no sólo confirma la jurisdicción ejercida “de facto” de Constantinopla sobre los ya citados territorios, si no que la extiende sobre las “naciones bárbaras”, es decir, sobre las comunidades cristianas que se encuentran en la diáspora: fuera del Imperio y fuera de los límites geográficos de las Iglesias autocéfalas. El IV° Concilio Ecuménico consigue de esta manera la elevación  eclesiástica de Constantinopla, completando así la regulación del II° Concilio Ecuménico. Su Obispo ya no figura tras el Obispo de Roma como establecía el II° Concilio Ecuménico, sino con la misma dignidad de él: “La misma primacía se confiere a la Santísima Cátedra de Nueva Roma” (canon 28). Aún más, con los cánones 9 y 17 del mismo Concilio Ecuménico fue conferido al Obispo constantinopolitano el derecho de apelación (ἒκκλητον), es decir, el derecho de juzgar, en caso de apelación, a los clérigos ″ὑπερόριοι″ (=más allá de sus propios confines) pertenecientes a otros Patriarcados. En estos dos casos de competencia ″ὑπερόριον″ (=más allá de sus propios confines), es decir, el ejercicio de competencia sobre la diáspora y sobre la suprema autoridad judicial dentro de la institución de derecho de apelación se manifiesta claramente la posición primacial de la Cátedra de Constantinopla-Nueva Roma. A ninguna de las otras cuatro Cátedras (Roma, Alejandría, Antioquia, Jerusalén) permiten los divinos y sagrados Cánones el ejercicio de competencia ″ὑπερόριον″, estos es, fuera de los confines de sus propios territorios eclesiásticos.

Esta posición privilegiada del Patriarcado Ecuménico, fundamentada sobre reglas canónicas explícitas, constituye una parte integral de la historia de la Iglesia Ortodoxa que, además de su fundamento jurídico, constituye también una característica natural de la Ortodoxia Universal. La civilización ortodoxa no se puede entender si se prescinde de Constantinopla, convertida en el gran centro universal de la Ortodoxia durante todo su camino histórico. El Patriarcado Ecuménico ha dirigido la expresión y la formación de los dogmas de la Fe Católica en Cristo, la convocatoria de los Santos Concilios Ecuménicos, el desarrollo del monacato, del arte cristiana, el enriquecimiento de la vida dentro del Imperio con el espíritu cristiano. La Cátedra Ecuménica ha cumplido con notable éxito la obra de evangelización en Cristo ya desde la época de San Juan Crisóstomo (398-404), que culminó con la campaña misionera de los siglos IX y X en el mundo eslavo. Ha transmitido a los pueblos eslavos el enriquecido de la larga experiencia histórica espíritu cristiano ortodoxo y ha impregnado ontológicamente con esto la profundidad de la civilización eslava, al cual no se puede entender sin referencia a su progenitor espiritual y cultural: la Gran Iglesia de Constantinopla-Nueva Roma. Por su excelente obra misionera y cultural, Constantinopla se convierte en la Iglesia Madre de todos aquellos pueblos a los que inició en la fe cristiana. “Consecuencia natural de todo esto es que las Iglesias de estas naciones se dirigen a la Iglesia Madre para regular su vida eclesiástica interior, pidiendo instrucciones sobre esto y sobre todas aquellas cuestiones eclesiásticas desconocidas o equivocadas (Nicodemos Milas, “Derecho Eclesiástico, pp. 156-157).

Parte 2ª: Visión actual

La Iglesia Ortodoxa es una familia de Iglesias que se gobiernan a sí mismas desde el punto de vista administrativo. Deben su unidad, no a un centralismo organizado ni a la autoridad de un prelado que tendría sobre el conjunto un poder absoluto, si no al triple vinculo de la unidad de fe, plena comunión en los sacramentos y aceptación del mismo Derecho Canónico. El Patriarcado Ecuménico de Constantinopla ocupa en el seno del mundo ortodoxo una primacía de honor y no solamente. Esta “primacía” tiene también un doble servicio: de presidencia por una parte y de iniciativa y coordinación por otra. Su misión privilegiada es velar por el carácter universal de la Ortodoxia, de evitar que las Iglesias se aíslen, de animarlas a trabajar y dar testimonio juntas. Por eso las comunidades que pertenecen al Trono Ecuménico tienen un carácter de servicio universal para todos los Ortodoxos y, al mismo tiempo, les preserva de la tentación nacionalista.

La creación de Estados nacionales independientes en la Península Balcánica ha dado como resultado inmediato la creación de Iglesias locales autocéfalas. El Patriarcado Ecuménico, aunque veía limitada su enorme jurisdicción, ha concedido por vía canónica, como Madre Iglesia, la autocefalía a las Iglesias de los nuevos Estados balcánicos, reaccionado duramente cuando se ha traspasado el orden y la tradición eclesiástica y el derecho canónico y en casos de exaltación de los criterios nacionalistas y raciales, que son condenados sinodalmente como herejía.  No obstante, esta división en tantas Iglesias nacionales era un fenómeno nuevo en la vida de la Iglesia Ortodoxa. La concesión de la autocefalía a la Iglesia de Rusia varios siglos antes (1589) no había creado problemas en las relaciones entre los Ortodoxos, sea por la obediencia filial a la Iglesia Madre, sea porque no existía aún la exaltación de los principios nacionalistas, fruto del agnosticismo ilustrado de la Europa Occidental. Este nacionalismo fue la base de la existencia de los nuevos Estados balcánicos y utilizado en las disputas nacionales entre ellos, ha contribuido también a un enfriamiento de las relaciones entre algunas de las Iglesias Ortodoxas autocéfalas, sobre todo durante los largos períodos de enfrentamientos bélicos en los Balcanes.

Esta división administrativa en Iglesias locales autocéfales se trasportó también en la diáspora, con el directo resultado la existencia en el mismo territorio eclesiástico de dos o más obispos ortodoxos, que en la mayoría de los casos lleven el mismo título. Así, el principio etnofilético prevale de aquello eclesiológico y canónico, según el cual este grave problema administrativo eclesial en las relaciones entre las Iglesias locales autocéfalas, está resuelto. El Acta (Tomos) de autocefalía de una Iglesia local, otorgada por el Trono Ecuménico, describe con precisión los límites de su jurisdicción canónica, que son los propios confines geográficos nacionales. El Patriarcado Ecuménico es la única Iglesia Ortodoxa que goza, por decisión conciliar, del privilegio de extender su jurisdicción canónica más allá de sus propias fronteras, con derecho además de apelación de clérigos y comunidades de otras Iglesias Ortodoxas locales a ello. Una Iglesia local autocéfala tiene una jurisdicción “intraorius” y no “Hyperorius”.

El Patriarcado Ecuménico, viendo con dolor esta anomalía canónica y eclesiológica en la Diáspora ortodoxa, empleó enormes esfuerzos desde los comienzos del pasado siglo para estrechar, cultivar y revitalizar la unidad pan-ortodoxa, cosa che, con la gracia de Dios, se finaliza con buen éxito, a pesar de la eventual aparición de algunos momentos difíciles causados por concretas circunstancias temporales. De otra parte todas las Iglesias Ortodoxas autocéfalas locales tienen conciencia de esta anomalía y de la necesidad  de solucionar este problema de acuerdo con “la eclesiología ortodoxa y la tradición y praxis canónica de la Iglesia Ortodoxa”. La IVª reunión pan-ortodoxa pro-sinodal, convocada y presidida por el Patriarcado Ecuménico en Ginebra (Junio 2009) ha dado un paso para resolver este problema, creando Conferencias Episcopales locales, presididas “de iure” por el Obispo ordinario del Patriarcado Ecuménico. La decisión fa sido tomada por unanimidad El trabajo y la responsabilidad de estas Conferencias Episcopales con dos palabras es manifestar la unidad de la Ortodoxia, actuar en común en el campo pastoral, caritativo y educativo y representar todos los Ortodoxos de una región de frente a los eterodoxos y la sociedad local. Esta solución fue considerada como una “situación intermedia”, visto que “en la presente fase no es posible, por motivos históricos y pastorales, la transición inmediata en el recto orden canónico de la Iglesia sobre esta cuestión”, la solución definitiva de la cual pasa al Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, que es previsto para ser convocado por el otoño del 2016 a Constantinopla bajo la presidencia de su Primus, el Patriarca Ecuménico. Los numerosos encuentros inter-ortodoxos, pro-conciliares y no, así como los encuentros históricos de los Primados de las Iglesias Ortodoxas autocéfalas en el Sagrado Centro de la Ortodoxia Universal (Fanar 1992, Fanar-Patmos 1995, Fanar-Jerusalén 2000, Fanar 2008, Fanar 2014) para afrontar en común no sólo varios problemas inter-ortodoxos, sino también los retos actuales y los nuevos desafíos de la Humanidad, como el medio ambiente, la pobreza, la bioética, la paz, la justicia social, las crisis, etc., han dejado atrás, como simple recuerdo, la época de alejamiento. Las históricas iniciativas de la Iglesia Primada de Constantinopla-Nueva Roma y la análoga correspondencia con total disponibilidad de las demás Iglesias Ortodoxas autocéfalas han creado las condiciones favorables para continuar por la misma vía común la obra salvífica en nuestros tiempos apocalípticos de la Santa Iglesia Ortodoxa Católica.


Fuente: Arzobispado Ortodoxo de España y Portugal (Patriarcado Ecuménico)